Cúbit, el ladrillo cuántico que está cambiando la informática

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¿Has oído hablar de los cúbits y te has que­da­do con cara de póker? Tranquilo, no eres el úni­co. La pala­bra sue­na a cien­cia fic­ción, pero es mucho más real y, sobre todo, mucho más revo­lu­cio­na­ria de lo que pare­ce. Si algu­na vez te han con­ta­do que los orde­na­do­res cuán­ti­cos pue­den hacer magia, el secre­to está aquí: en el cúbit. Pero, ¿qué es exac­ta­men­te un cúbit y por qué todo el mun­do habla de él como si fue­ra el Santo Grial de la tec­no­lo­gía? Vamos a des­mon­tar el mis­te­rio y a expli­car­lo con pala­bras que no te hagan salir corrien­do.

El origen del cúbit y por qué es tan especial

Para enten­der el cúbit, pri­me­ro hay que ima­gi­nar el mun­do digi­tal clá­si­co, ese que usa­mos a dia­rio en nues­tros móvi­les y orde­na­do­res. Todo lo que ves en la pan­ta­lla, des­de el meme más ton­to has­ta el vídeo más viral, está hecho de bits. Un bit es la uni­dad míni­ma de infor­ma­ción y solo pue­de tener dos valo­res: 0 o 1. Así de sim­ple. Todo lo demás es una com­bi­na­ción de ceros y unos, como si la reali­dad digi­tal fue­ra un inmen­so mosai­co bina­rio.

Ahora, entra en esce­na el cúbit, abre­via­tu­ra de “bit cuán­ti­co”. El tér­mino lo pro­pu­so Benjamin Schumacher, un físi­co que, entre bro­mas y cafés, deci­dió bau­ti­zar así a la uni­dad míni­ma de infor­ma­ción en el mun­do cuán­ti­co. La dife­ren­cia con el bit clá­si­co es tan radi­cal que pare­ce magia, pero es pura físi­ca: el cúbit pue­de ser 0, pue­de ser 1, ¡y pue­de ser ambos a la vez! ¿Cómo es posi­ble? La cla­ve está en la super­po­si­ción, una de esas pro­pie­da­des de la mecá­ni­ca cuán­ti­ca que hacen que los físi­cos se fro­ten las manos y los inge­nie­ros sue­ñen con orde­na­do­res impo­si­bles.

Imagina que lan­zas una mone­da al aire. Mientras gira, no es ni cara ni cruz, sino una mez­cla de las dos. Solo cuan­do cae y la miras, se deci­de. Así fun­cio­na un cúbit: mien­tras no lo “miras” (es decir, mien­tras no lo mides), pue­de estar en una com­bi­na­ción de 0 y 1. Cuando lo mides, eli­ge uno de los dos esta­dos. Esta capa­ci­dad de estar “en ambos sitios a la vez” es lo que hace a los cúbits tan pode­ro­sos y tan dife­ren­tes de los bits clá­si­cos.

Pero la his­to­ria no ter­mi­na ahí. Los cúbits pue­den entre­la­zar­se, es decir, pue­den for­mar pare­jas (o tríos, o gru­pos) en los que el esta­do de uno depen­de del esta­do del otro, aun­que estén sepa­ra­dos por kiló­me­tros. Si mides uno, el otro “sabe” ins­tan­tá­nea­men­te el resul­ta­do, como si tuvie­ran tele­pa­tía cuán­ti­ca. Este fenó­meno, lla­ma­do entre­la­za­mien­to cuán­ti­co, es tan extra­ño que Einstein lo lla­ma­ba “acción fan­tas­mal a dis­tan­cia”. Sin embar­go, es real y se ha demos­tra­do en labo­ra­to­rio. Gracias a esto, los cúbits pue­den tra­ba­jar en equi­po de for­mas que los bits clá­si­cos ni sue­ñan.

De la teoría a la práctica, cómo se construye un cúbit y por qué cuesta tanto

Vale, ya sabe­mos que el cúbit pue­de ser 0 y 1 a la vez, y que pue­de entre­la­zar­se con otros cúbits para hacer cosas increí­bles. Pero, ¿cómo se hace un cúbit? ¿Es un chip, una par­tí­cu­la, una onda, una idea loca? La res­pues­ta cor­ta: pue­de ser muchas cosas. La res­pues­ta lar­ga: cual­quier sis­te­ma cuán­ti­co que ten­ga dos esta­dos bien defi­ni­dos pue­de ser un cúbit. Y aquí es don­de la ima­gi­na­ción (y la tec­no­lo­gía) se ponen a prue­ba.

Hay cúbits hechos con áto­mos atra­pa­dos por láse­res, con elec­tro­nes en nano­es­truc­tu­ras lla­ma­das pun­tos cuán­ti­cos, con cir­cui­tos super­con­duc­to­res que fun­cio­nan a tem­pe­ra­tu­ras cer­ca­nas al cero abso­lu­to, con espi­nes de elec­tro­nes en dia­man­tes… La lis­ta es lar­ga y cada méto­do tie­ne sus ven­ta­jas y sus pesa­di­llas téc­ni­cas. Algunos son muy esta­bles pero difí­ci­les de fabri­car en masa, otros son fáci­les de esca­lar pero se “des­pis­tan” con el míni­mo rui­do. Por ejem­plo, los cúbits de iones atra­pa­dos se mani­pu­lan con láse­res ultra­fi­nos, mien­tras que los de cir­cui­tos super­con­duc­to­res usan micro­on­das y requie­ren neve­ras gigan­tes­cas que enfrían todo casi has­ta el cero abso­lu­to.

¿Por qué tan­to lío? Porque los cúbits son deli­ca­dos. Cualquier inter­ac­ción con el entorno pue­de hacer­les per­der su “magia cuán­ti­ca” y con­ver­tir­se en sim­ples bits clá­si­cos. Este fenó­meno se lla­ma deco­he­ren­cia y es el gran enemi­go de la compu­tación cuán­ti­ca. Para evi­tar­lo, los labo­ra­to­rios pare­cen más qui­ró­fa­nos que fábri­cas de orde­na­do­res: todo se aís­la, se enfría, se pro­te­ge. Aun así, los cúbits actua­les solo pue­den man­te­ner su esta­do cuán­ti­co duran­te mili­se­gun­dos o, con suer­te, unos pocos segun­dos. Por eso, cons­truir orde­na­do­res cuán­ti­cos gran­des y fia­bles es uno de los mayo­res retos tec­no­ló­gi­cos del siglo.

Pero la cosa no aca­ba en fabri­car cúbits. Hay que conec­tar­los, hacer que “hablen” entre sí, que pro­ce­sen infor­ma­ción sin per­der la cohe­ren­cia. Aquí entra en jue­go la correc­ción de erro­res cuán­ti­cos. A dife­ren­cia de los bits clá­si­cos, que se pue­den leer y copiar sin pro­ble­mas, medir un cúbit pue­de des­truir su esta­do. Así que los inge­nie­ros han inven­ta­do for­mas de “escon­der” la infor­ma­ción de un cúbit lógi­co en varios cúbits físi­cos, usan­do códi­gos como el de Shor. Es como guar­dar un secre­to entre varios ami­gos, de modo que aun­que uno olvi­de su par­te, el gru­po pue­de recu­pe­rar­lo. Pero esto requie­re muchos más cúbits y un con­trol téc­ni­co casi obse­si­vo.

La visua­li­za­ción mate­má­ti­ca del cúbit tam­bién es pecu­liar. Se repre­sen­ta como un vec­tor en un espa­cio com­ple­jo bidi­men­sio­nal, y todos los esta­dos posi­bles se pue­den dibu­jar en la lla­ma­da esfe­ra de Bloch. Imagina una esfe­ra don­de cada pun­to repre­sen­ta un esta­do puro del cúbit. El inte­rior de la esfe­ra sir­ve para los lla­ma­dos esta­dos mez­cla, cuan­do no sabe­mos exac­ta­men­te en qué esta­do está el cúbit. Esta repre­sen­ta­ción ayu­da a los físi­cos a enten­der y mani­pu­lar los cúbits, aun­que a los pro­fa­nos nos sue­ne a arte abs­trac­to.

El futuro cuántico, por qué el cúbit puede cambiarlo todo

Ahora que ya no te sue­na a chino eso de “cúbit”, toca la pre­gun­ta del millón: ¿para qué sir­ve todo esto? ¿Por qué inver­tir millo­nes en una tec­no­lo­gía que pare­ce tan frá­gil y com­pli­ca­da? La res­pues­ta está en el poten­cial de la compu­tación cuán­ti­ca. Los orde­na­do­res cuán­ti­cos, ali­men­ta­dos por cúbits, pue­den pro­ce­sar infor­ma­ción de for­mas que los orde­na­do­res clá­si­cos ni ima­gi­nan. Gracias a la super­po­si­ción y el entre­la­za­mien­to, pue­den explo­rar muchas solu­cio­nes a la vez, lo que les per­mi­te resol­ver cier­tos pro­ble­mas en segun­dos que a los super­or­de­na­do­res clá­si­cos les lle­va­rían millo­nes de años.

Por ejem­plo, la fac­to­ri­za­ción de núme­ros gigan­tes (cla­ve para la crip­to­gra­fía actual) es un jue­go de niños para un orde­na­dor cuán­ti­co sufi­cien­te­men­te gran­de. Simular molé­cu­las com­ple­jas, dise­ñar nue­vos mate­ria­les, opti­mi­zar rutas, pre­de­cir el cli­ma con pre­ci­sión bru­tal… Las apli­ca­cio­nes son casi infi­ni­tas. Eso sí, no espe­res que tu por­tá­til cuán­ti­co lle­gue maña­na: la tec­no­lo­gía aún está en paña­les, aun­que avan­za a pasos de gigan­te. En 2019, IBM pre­sen­tó el pri­mer orde­na­dor cuán­ti­co comer­cial, el IBM Q System One, y des­de enton­ces la carre­ra no ha para­do.

Por IBM Research – https://www.flickr.com/photos/ibm_research_zurich/51248690716/, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=108205707

El camino no está exen­to de desa­fíos. Los cúbits nece­si­tan ser más esta­bles, más fáci­les de fabri­car y más bara­tos. Hay que mejo­rar los algo­rit­mos, los sis­te­mas de correc­ción de erro­res, la inte­gra­ción con tec­no­lo­gías clá­si­cas. Pero la revo­lu­ción ya ha empe­za­do. Cada avan­ce, cada cúbit aña­di­do, acer­ca un poco más ese futu­ro en el que la compu­tación cuán­ti­ca deja­rá de ser un expe­ri­men­to de labo­ra­to­rio y se con­ver­ti­rá en una herra­mien­ta coti­dia­na, tan nor­mal como hoy lo es el wifi o el GPS.

En resu­men, el cúbit es mucho más que una pala­bra rara: es la pie­za cla­ve de una revo­lu­ción tec­no­ló­gi­ca que pue­de cam­biar la cien­cia, la indus­tria y, quién sabe, has­ta la for­ma en que enten­de­mos el uni­ver­so. No es magia, es físi­ca cuán­ti­ca. Y aun­que aún que­da mucho por hacer, enten­der qué es un cúbit es el pri­mer paso para no que­dar­se atrás en la pró­xi­ma gran ola digi­tal.


Referencias

  1. Schumacher, B. (1995). Quantum coding. Physical Review A, 51(4), 2738–2747.
    Benjamin Schumacher intro­du­ce el tér­mino cúbit y des­cri­be la com­pre­sión de infor­ma­ción cuán­ti­ca, sen­tan­do las bases con­cep­tua­les de la infor­ma­ción cuán­ti­ca.
  2. Nielsen, M. A., & Chuang, I. L. (2010). Quantum Computation and Quantum Information. Cambridge University Press.
    Obra de refe­ren­cia sobre compu­tación cuán­ti­ca, expli­ca en pro­fun­di­dad la teo­ría y la prác­ti­ca de los cúbits y sus apli­ca­cio­nes.
  3. Preskill, J. (2018). Quantum Computing in the NISQ era and beyond. Quantum, 2, 79.
    Analiza el esta­do actual de la compu­tación cuán­ti­ca, los retos téc­ni­cos de los cúbits y las pers­pec­ti­vas de futu­ro.
  4. Feynman, R. P. (1982). Simulating phy­sics with com­pu­ters. International Journal of Theoretical Physics, 21(6/7), 467–488.
    Feynman plan­tea la idea de simu­lar sis­te­mas físi­cos con orde­na­do­res cuán­ti­cos, anti­ci­pan­do la impor­tan­cia de los cúbits.
  5. Ladd, T. D., Jelezko, F., Laflamme, R., Nakamura, Y., Monroe, C., & O’Brien, J. L. (2010). Quantum com­pu­ters. Nature, 464(7285), 45–53.
    Revisión sobre las tec­no­lo­gías de cúbits, sus imple­men­ta­cio­nes físi­cas y los desa­fíos para cons­truir orde­na­do­res cuán­ti­cos esca­la­bles.