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Máscaras para iluminar la oscuridad
En la noche del 5 de noviembre, el Parlamento británico explota y la ciudad se tiñe con el brillo de los fuegos artificiales mientras miles de ciudadanos enmascarados ignoran la ley y desafían al miedo. La película «V de Vendetta» despliega desde ese primer instante una atmósfera tan opresiva como hipnótica, en la que cada rincón es sombra y cada gesto parece esconder algún tipo de rebelión. La máscara de Guy Fawkes, convertida en icono mundial de la resistencia, nos invita a mirar más allá del mero espectáculo y preguntarnos qué significa enfrentar la injusticia.
James McTeigue dirige una obra cargada de tensión, donde los silencios pesan y los diálogos desafían. El ritmo es trepidante, la fotografía oscura y elegante, la música clásica y las explosiones parecen coreografiadas con precisión matemática. ¿Estamos ante un héroe, un antihéroe, o una alegoría filosófica? V, ese personaje que parece mitad monje, mitad soldado, irrumpe en pantalla para ejecutar la venganza personal, sí, pero también para poner en jaque a todo un sistema corrupto e inhumano.
El filme se establece en una Inglaterra futura dominada por un régimen fascista y totalitario, donde el poder se sostiene en la manipulación, el miedo y el control absoluto de los cuerpos y espíritus. Evey Hammond, interpretada por Natalie Portman, representa la inocencia arrojada al caos, pero también la capacidad humana de transformación a partir del sufrimiento. A través de ella, el espectador se asoma al abismo que implica elegir entre el sometimiento y la verdadera libertad. La explosión del Parlamento y el teatro de máscaras en las calles no solo remiten a la acción y el simbolismo: funcionan como espejo de los miedos y deseos contemporáneos.
La sensación de vértigo y rebelión se potencia con una narrativa sin concesiones, donde el Estado aparece como tumor social y el proceso democrático queda relegado frente a la ética del acto revolucionario. El bien no se encuentra aquí en el mecanismo institucional, sino en la renuncia al miedo y la mentira, en el desafío absoluto a las normas injustas. La película denuncia la manipulación y la utilización del terror como herramienta política, una cuestión que sigue vigente en debates actuales sobre poder y ciudadanía.

Filosofía, anarquía y la ética del acto
El diálogo filosófico atraviesa la película de principio a fin. La lucha se da entre dos fuerzas irreconciliables: el fascismo y la anarquía. V encarna la rebelión radical, pero también la pregunta: ¿hay legitimidad en la destrucción para sembrar una sociedad renovada? El personaje no busca únicamente el caos, sino la apertura de una grieta desde la que pueda surgir una resistencia activa, una colectividad capaz de repensar su futuro sin el yugo del miedo.
La ética aparece, a veces, como una amenaza. Los métodos de V se confunden con el terrorismo, pero la obra invita a pensar en qué momento la violencia deja de ser mero instrumento de venganza y se convierte en detonante social. La máscara, que oculta la identidad individual, termina por convertirse en símbolo universal del derecho a resistir; un fenómeno que se multiplica en las manifestaciones globales del siglo XXI.
Los monólogos de V, su ironía y su cultura clásica contrastan con un mundo vacío de ideales. Bajo la máscara, no hay carne ni hueso sino principios: una advertencia sobre el peligro de renunciar a ellos. Cuando V, herido y exhausto, pronuncia la frase “bajo esta máscara hay unos ideales, señor Creedy. Los ideales son a prueba de balas”, el espectador siente ese temblor que solo logran los grandes relatos. La historia de «V de Vendetta» podría haber sido un simple alegato de acción y espectáculo, pero termina por ser una reflexión brutal sobre la necesidad de pensar, de arriesgarse, de confrontar al monstruo cuando nadie más lo hace.
La sociedad descrita por Alan Moore en la novela gráfica original y por Larry y Lana Wachowski en el guion de la película, aboga por el despertar político y la capacidad de los individuos para desafiar lo establecido. El mensaje trasciende el relato y cada 5 de noviembre se reactualiza como himno de rebeldía, desde la crisis financiera global hasta los movimientos de protesta más recientes.

Revolución y legado: ¿mito o realidad?
¿Es posible la revolución? El cierre de la película no es más que una pregunta lanzada al vacío: ¿somos espectadores o actores del cambio? Cuando Evey activa el mecanismo para volar el Parlamento y los ciudadanos desafían la autoridad, surge la tensión esencial entre transformación social y pérdida de la identidad personal. El culto a la personalidad de V se presenta como tenebroso, pero también como reflexión sobre la necesidad de encontrar un nuevo símbolo tras la caída del sistema.
El verdadero dilema reside en no confundir el icono con la idea. V no exige seguidores, sino conciencia crítica. Evey no copia a V, es el siguiente paso, la que imagina un futuro más allá del caos. El fenómeno de las máscaras y la universalización del personaje evidencia una paradoja contemporánea: el símbolo puede ser apropiado tanto por la rebeldía como por narrativas reaccionarias. La obra original era más clara en su impulso hacia el anarquismo, pero aún así, la película mantiene la pregunta viva: ¿hasta dónde la revolución es construcción y no apenas destrucción?
La vigencia de «V de Vendetta» se refleja tanto en la popularidad de su máscara como en su capacidad para activar el debate, para incomodar y obligar a mirar el estado del mundo sin complacencias. No es casualidad que cada año, el 5 de noviembre, las redes se llenen de frases y referencias. Quizá la verdadera revolución sea preguntarse, aunque solo sea por una noche, si estamos dispuestos a transformar la realidad o a conformarnos con mirar desde la ventana mientras todo arde.
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