«El caso 880»: Una fábula humana que trasciende el género policíaco

Tiempo de lec­tu­ra:
±8 minu­tos

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Acabamos de dis­fru­tar de una autén­ti­ca joya del cine clá­si­co esta­dou­ni­den­se que, pese a sus más de seten­ta años, man­tie­ne una fres­cu­ra narra­ti­va sor­pren­den­te. «El caso 880» (Mister 880, 1950) repre­sen­ta mucho más que una sim­ple pelí­cu­la poli­cía­ca: es una refle­xión pro­fun­da sobre la huma­ni­dad, la super­vi­ven­cia y las para­do­jas del sis­te­ma de jus­ti­cia esta­dou­ni­den­se de media­dos del siglo XX.

La maestría de un relato basado en hechos reales

Lo que más nos ha fas­ci­na­do de esta pro­duc­ción diri­gi­da por Edmund Goulding es su capa­ci­dad para trans­for­mar una his­to­ria real extra­or­di­na­ria en una fábu­la cine­ma­to­grá­fi­ca con­mo­ve­do­ra. La pelí­cu­la se basa en el caso autén­ti­co de Emerich Juettner, cono­ci­do por el alias Edward Mueller, un anciano aus­tria­co que duran­te una déca­da com­ple­ta, entre 1938 y 1948, logró elu­dir al Servicio Secreto esta­dou­ni­den­se fal­si­fi­can­do bille­tes de un dólar. La genia­li­dad del per­so­na­je real resi­día pre­ci­sa­men­te en la apa­ren­te sim­pli­ci­dad de su méto­do: nadie exa­mi­na con dete­ni­mien­to un bille­te de tan poco valor, por muy defec­tuo­sa que sea su fal­si­fi­ca­ción.

El guio­nis­ta Robert Riskin, cola­bo­ra­dor habi­tual de Frank Capra en obras maes­tras como «Sucedió una noche» y «Vive como quie­ras», supo extraer de un artícu­lo perio­dís­ti­co de St. Clair McKelway publi­ca­do en The New Yorker la esen­cia dra­má­ti­ca y huma­na de esta his­to­ria sin­gu­lar. Riskin, gana­dor del Oscar y maes­tro en el arte de crear fábu­las esta­dou­ni­den­ses con tras­fon­do social, logra aquí uno de sus tra­ba­jos más suti­les y emo­ti­vos.

Un casting perfecto al servicio de la narración

Edmund Gwenn entre­ga una inter­pre­ta­ción abso­lu­ta­men­te magis­tral como William «Skipper» Miller, el entra­ña­ble fal­si­fi­ca­dor. Su actua­ción, que le valió una nomi­na­ción al Oscar como mejor actor de repar­to y un Globo de Oro, cons­tru­ye un per­so­na­je que tras­cien­de los este­reo­ti­pos del cine de géne­ro. Gwenn, quien sus­ti­tu­yó a Walter Huston tras su falle­ci­mien­to, logra trans­mi­tir la bon­dad inna­ta y la inge­nui­dad de un hom­bre que fal­si­fi­ca dine­ro no por codi­cia, sino por pura nece­si­dad de super­vi­ven­cia.

Burt Lancaster, en uno de sus pape­les menos carac­te­rís­ti­cos pero igual­men­te efec­ti­vo, inter­pre­ta al agen­te Steve Buchanan con una mez­cla per­fec­ta de deter­mi­na­ción pro­fe­sio­nal y cre­cien­te com­pren­sión huma­na. Su evo­lu­ción como per­so­na­je refle­ja la pro­pia trans­for­ma­ción del espec­ta­dor, que pasa de ver al fal­si­fi­ca­dor como un cri­mi­nal a com­pren­der­lo como un ser humano en cir­cuns­tan­cias deses­pe­ra­das. Dorothy McGuire com­ple­ta el trián­gu­lo pro­ta­go­nis­ta con su habi­tual ele­gan­cia, apor­tan­do el ele­men­to román­ti­co sin que este eclip­se la ver­da­de­ra his­to­ria.

Una dirección que combina géneros con maestría

Edmund Goulding demues­tra una vez más su ver­sa­ti­li­dad como rea­li­za­dor, com­bi­nan­do ele­men­tos del thri­ller poli­cía­co, la come­dia román­ti­ca y el dra­ma social con una habi­li­dad extra­or­di­na­ria. El direc­tor bri­tá­ni­co, artí­fi­ce de obras tan diver­sas como «Grand Hotel» y «Nightmare Alley», encuen­tra en esta his­to­ria el equi­li­brio per­fec­to entre entre­te­ni­mien­to y refle­xión. Su capa­ci­dad para extraer lo mejor de sus intér­pre­tes se evi­den­cia en cada secuen­cia, espe­cial­men­te en aque­llas don­de Gwenn tie­ne pro­ta­go­nis­mo, carac­te­ri­za­das por una emo­ti­vi­dad que roza la per­fec­ción.

La foto­gra­fía de Joseph LaShelle, siem­pre exce­len­te, con­si­gue crear una atmós­fe­ra que osci­la entre el rea­lis­mo poli­cía­co carac­te­rís­ti­co de la 20th Century Fox y la cali­dez domés­ti­ca de los espa­cios ínti­mos del pro­ta­go­nis­ta. Esa dua­li­dad visual refuer­za el con­tras­te temá­ti­co entre el mun­do ofi­cial de la inves­ti­ga­ción y la reali­dad coti­dia­na del fal­si­fi­ca­dor.

Lo que más nos ha impre­sio­na­do es cómo Goulding evi­ta los cli­chés del géne­ro poli­cía­co tra­di­cio­nal. En lugar de pre­sen­tar­nos una per­se­cu­ción tre­pi­dan­te entre el bien y el mal, nos ofre­ce una medi­ta­ción sobre la natu­ra­le­za de la jus­ti­cia y la super­vi­ven­cia huma­na. La pelí­cu­la fun­cio­na como una fábu­la capria­na, recor­dan­do las mejo­res obras de Frank Capra en su capa­ci­dad para encon­trar lo extra­or­di­na­rio en lo coti­diano y lo heroi­co en lo apa­ren­te­men­te insig­ni­fi­can­te.

Referencias

  • Decine21. (s.f.). El caso 880 – Película – 1950 – Crítica | Reparto. Curiosa pelí­cu­la sobre un sin­gu­lar fal­si­fi­ca­dor de bille­tes de un dólar, le pro­por­cio­nó a Edmund Gwenn una mere­ci­dí­si­ma nomi­na­ción al Oscar como actor de repar­to. [https://decine21.com/peliculas/el-caso-880–10638]
  • FilmAffinity. (2024). El caso 880 (1950). Comedia dra­má­ti­ca esta­dou­ni­den­se diri­gi­da por Edmund Goulding, basa­da en hechos reales sobre un fal­si­fi­ca­dor que elu­dió al Servicio Secreto duran­te una déca­da. [https://www.filmaffinity.com/es/film898041.html]
  • IMDb. (2025). El caso 880. Drama román­ti­co ame­ri­cano de 1950 pro­ta­go­ni­za­do por Burt Lancaster, Dorothy McGuire y Edmund Gwenn, nomi­na­do a 1 pre­mio Oscar. [https://www.imdb.com/es/title/tt0042742/]
  • McKelway, S.C. (1950). True Tales from the Annals of Crime & Rascality. Colección de artícu­los perio­dís­ti­cos para The New Yorker que inclu­ye la his­to­ria real que ins­pi­ró la pelí­cu­la Mister 880. [https://en.wikipedia.org/wiki/St._Clair_McKelway]
  • Wikipedia. (2005). Mister 880. Artículo enci­clo­pé­di­co sobre la pelí­cu­la de 1950 basa­da en la his­to­ria real de Emerich Juettner, fal­si­fi­ca­dor que elu­dió a las auto­ri­da­des duran­te diez años. [https://en.wikipedia.org/wiki/Mister_880]

«A Working Man», cuando la acción se convierte en castigo

Tiempo de lec­tu­ra: ±8 minu­tos

No hay nada peor que sen­tar­se fren­te a una pelí­cu­la de acción espe­ran­do explo­sio­nes, peleas memo­ra­bles y per­so­na­jes con caris­ma, y aca­bar desean­do que el villano gane solo para que la tor­tu­ra ter­mi­ne antes. «A Working Man», la últi­ma pro­pues­ta de Amazon Prime Video, es exac­ta­men­te eso: una colec­ción de erro­res enca­de­na­dos que ni Jason Statham ni Sylvester Stallone logran sal­var, por mucho que ambos nos cai­gan bien. Aquí no hay reden­ción posi­ble, solo un nau­fra­gio épi­co en cada depar­ta­men­to, des­de el guion has­ta la direc­ción, pasan­do por unos esce­na­rios que pare­cen saca­dos de un catá­lo­go de deco­ra­dos de sal­do.

La pre­mi­sa es tan vie­ja como el pro­pio géne­ro: Levon Cade, exma­ri­ne bri­tá­ni­co reci­cla­do a curran­te de la cons­truc­ción, se ve obli­ga­do a vol­ver a las anda­das cuan­do la hija de su jefe es secues­tra­da por una mafia rusa de sal­do. Statham, que sue­le ser garan­tía de mam­po­rros y ceño frun­ci­do, aquí pare­ce estar en pilo­to auto­má­ti­co, como si supie­ra que ni con tres cafés y dos dobles de whisky iba a poder levan­tar este muer­to. Stallone, por su par­te, fir­ma un guion que haría son­ro­jar a cual­quier beca­rio de Hollywood: diá­lo­gos de car­tón pie­dra, villa­nos de ope­re­ta y moti­va­cio­nes tan pro­fun­das como un char­co tras la llu­via.

La direc­ción de David Ayer, que en otros tiem­pos supo impri­mir cier­ta ener­gía a sus pelí­cu­las, aquí se pier­de en una mara­ña de pla­nos mal ilu­mi­na­dos y un mon­ta­je que haría pali­de­cer a cual­quier edi­tor de vídeos de bodas. Las esce­nas de acción, que debe­rían ser el alma de la pelí­cu­la, son un fes­ti­val de cor­tes abrup­tos, cáma­ra tem­blo­ro­sa y peleas que no trans­mi­ten ni ten­sión ni espec­ta­cu­la­ri­dad. Si bus­ca­bas adre­na­li­na, aquí solo encon­tra­rás bos­te­zos y la incó­mo­da sen­sa­ción de estar vien­do una paro­dia invo­lun­ta­ria del géne­ro.

Por si fue­ra poco, los acto­res secun­da­rios pare­cen haber sido ele­gi­dos en un cas­ting exprés en el bar de la esqui­na. Los villa­nos, con acen­tos rusos tan sobre­ac­tua­dos que rozan el ridícu­lo, no gene­ran ni mie­do ni res­pe­to. Más bien dan ganas de invi­tar­les a un karao­ke para ver si al menos allí logran des­ta­car. Los esce­na­rios, supues­ta­men­te ambien­ta­dos en Chicago, son una suce­sión de cli­chés urba­nos sin alma ni cohe­ren­cia geo­grá­fi­ca: un plano de la sky­li­ne aquí, una per­se­cu­ción por un subur­bio allá, y de repen­te, ¡zas!, esta­mos en un bos­que digno de pelí­cu­la de serie B. La pelí­cu­la no solo care­ce de sen­ti­do de lugar, sino que pare­ce roda­da en un lim­bo don­de la lógi­ca y la con­ti­nui­dad han sido des­te­rra­das.

El guion es un des­pro­pó­si­to mayúscu­lo. Stallone pare­ce haber vol­ca­do en el papel todas las ideas que se le ocu­rrie­ron en una tar­de de resa­ca: exsol­da­dos trau­ma­ti­za­dos, mafias rusas gené­ri­cas, secues­tros sin emo­ción, y un pro­ta­go­nis­ta que, en teo­ría, debe­ría ser un hom­bre corrien­te pero que aca­ba sien­do una cari­ca­tu­ra sin mati­ces. Las sub­tra­mas fami­lia­res, que en otras manos podrían haber apor­ta­do algo de huma­ni­dad, aquí solo sir­ven para alar­gar la ago­nía y dis­traer de lo poco que fun­cio­na. El resul­ta­do es una his­to­ria tan enre­ve­sa­da como insus­tan­cial, don­de nin­gún per­so­na­je impor­ta y los giros de guion se ven venir des­de el minu­to uno.

Stantham no sabe si tirar la gra­na­da o comér­se­la para aca­bar con el sufri­mien­to de seme­jan­te bodrio…

La acción, ese supues­to sal­va­vi­das, es el mayor nau­fra­gio de todos. Los com­ba­tes cuer­po a cuer­po, que debe­rían ser el sello de Statham, están edi­ta­dos con tal tor­pe­za que cues­ta seguir quién gol­pea a quién. La vio­len­cia, lejos de ser crea­ti­va o impac­tan­te, resul­ta repe­ti­ti­va y caren­te de ener­gía. Ni siquie­ra los efec­tos espe­cia­les logran apor­tar algo de emo­ción: explo­sio­nes de sal­do, dis­pa­ros sin fuer­za y una ban­da sono­ra que inten­ta, sin éxi­to, insu­flar vida a una pelí­cu­la ya mori­bun­da. El clí­max, que debe­ría ser el momen­to de reden­ción, es tan oscu­ro y mal roda­do que uno aca­ba miran­do el reloj, desean­do que la pesa­di­lla ter­mi­ne de una vez.

Si habla­mos de los per­so­na­jes secun­da­rios, la cosa no mejo­ra. Michael Peña y David Harbour apa­re­cen y des­apa­re­cen sin dejar hue­lla, como si ni ellos mis­mos supie­ran qué pin­tan en la his­to­ria. Los villa­nos, cari­ca­tu­res­cos has­ta el extre­mo, pare­cen saca­dos de una paro­dia de «Rocky & Bullwinkle» más que de una pelí­cu­la de acción seria. El resul­ta­do es un des­fi­le de cli­chés y sobre­ac­tua­cio­nes que no apor­tan nada, más allá de algún que otro momen­to invo­lun­ta­ria­men­te cómi­co.

La ambien­ta­ción es otro de los gran­des fra­ca­sos. La pelí­cu­la pre­su­me de estar ambien­ta­da en Chicago, pero la ciu­dad nun­ca cobra vida. Los esce­na­rios son gené­ri­cos, sin per­so­na­li­dad ni atmós­fe­ra, y el abu­so de pla­nos de la sky­li­ne aca­ba resul­tan­do can­sino. Las tran­si­cio­nes entre loca­li­za­cio­nes care­cen de lógi­ca, y uno tie­ne la sen­sa­ción de que los per­so­na­jes se tele­trans­por­tan de un sitio a otro sin que impor­te dema­sia­do el cómo ni el por­qué. Todo esto con­tri­bu­ye a una sen­sa­ción cons­tan­te de des­co­ne­xión, como si la pelí­cu­la estu­vie­ra impro­vi­sa­da sobre la mar­cha.

La direc­ción de Ayer, lejos de apor­tar cohe­ren­cia o rit­mo, se limi­ta a enca­de­nar esce­nas sin alma ni ten­sión. El mon­ta­je es caó­ti­co, la ilu­mi­na­ción es tan pobre que en oca­sio­nes cues­ta dis­tin­guir qué está ocu­rrien­do en pan­ta­lla, y la cáma­ra tem­blo­ro­sa solo aña­de con­fu­sión. La pelí­cu­la inten­ta com­pen­sar su fal­ta de ideas con vio­len­cia gra­tui­ta y fra­ses lapi­da­rias, pero ni siquie­ra en eso logra des­ta­car. El resul­ta­do es una expe­rien­cia visual­men­te des­agra­da­ble, que solo con­si­gue aumen­tar la frus­tra­ción del espec­ta­dor.

En cuan­to a Statham, poco se le pue­de repro­char. Hace lo que pue­de con el mate­rial que le han dado, pero ni su caris­ma ni su peri­cia en las esce­nas de acción logran sal­var el con­jun­to. Su acen­to, nor­mal­men­te incon­fun­di­ble, aquí se con­vier­te en un expe­ri­men­to falli­do que des­con­cier­ta más que otra cosa. Es como si el pro­pio actor supie­ra que está atra­pa­do en un pro­yec­to sin rum­bo, y se limi­ta­ra a cum­plir el expe­dien­te sin dema­sia­do entu­sias­mo.

Michael Peña pen­san­do en que habrá hecho para mere­cer esto…

El guion de Stallone es, pro­ba­ble­men­te, el mayor las­tre de la pelí­cu­la. Todo sue­na a déjà vu, a ideas reci­cla­das y per­so­na­jes pla­nos. Las moti­va­cio­nes de los villa­nos son inexis­ten­tes, los diá­lo­gos son for­za­dos y las situa­cio­nes resul­tan tan inve­ro­sí­mi­les que cues­ta tomar­se en serio nada de lo que ocu­rre en pan­ta­lla. Ni siquie­ra los inten­tos de humor fun­cio­nan, y las pocas sub­tra­mas fami­lia­res solo sir­ven para aña­dir minu­tos inne­ce­sa­rios a una pelí­cu­la que ya de por sí se hace inter­mi­na­ble.

En resu­men, «A Working Man» es un desas­tre de prin­ci­pio a fin. Ni la acción, ni los acto­res, ni los esce­na­rios, ni el guion logran estar a la altu­ra. Es una pelí­cu­la que solo pue­de reco­men­dar­se a los com­ple­tis­tas de Statham o a quie­nes dis­fru­ten con los desas­tres cine­ma­to­grá­fi­cos. El res­to haría bien en bus­car otra cosa que ver, por­que aquí solo encon­tra­rán decep­ción, abu­rri­mien­to y la incó­mo­da sen­sa­ción de haber per­di­do dos horas de su vida que jamás recu­pe­ra­rán.

Cónclave: Intriga, poder y fe en la sombra del Vaticano

Pocas veces una pelí­cu­la lle­ga a los cines en el momen­to exac­to para con­ver­tir­se en fenó­meno social y cul­tu­ral. «Cónclave», diri­gi­da por Edward Berger, ha sal­ta­do a la pri­me­ra línea de la actua­li­dad mun­dial jus­to cuan­do el Vaticano vive uno de sus momen­tos más tras­cen­den­ta­les: la muer­te del Papa Francisco. El recien­te falle­ci­mien­to del pon­tí­fi­ce argen­tino el 21 de abril de 2025, tras un ictus cere­bral y un colap­so car­dio­vas­cu­lar irre­ver­si­ble, ha con­mo­cio­na­do a millo­nes de per­so­nas en todo el mun­do y ha abier­to el pro­ce­so de cón­cla­ve para ele­gir a su suce­sor, situan­do a la Iglesia cató­li­ca en el cen­tro de todas las mira­das.

En este con­tex­to, la pelí­cu­la «Cónclave» se ha con­ver­ti­do en un autén­ti­co fenó­meno de masas. No solo por su cali­dad cine­ma­to­grá­fi­ca y su poten­te repar­to, sino por­que, de mane­ra casi pro­fé­ti­ca, retra­ta con pre­ci­sión la atmós­fe­ra de ten­sión, reco­gi­mien­to y mis­te­rio que envuel­ve al Vaticano en estos días. El públi­co, impac­ta­do por la noti­cia del falle­ci­mien­to de Francisco —visi­ta­do por más de 250.000 per­so­nas en la capi­lla ardien­te y des­pe­di­do en un fune­ral mul­ti­tu­di­na­rio—, ha encon­tra­do en la pelí­cu­la una ven­ta­na pri­vi­le­gia­da para aso­mar­se a los secre­tos del pro­ce­so más her­mé­ti­co de la Iglesia: la elec­ción del nue­vo Papa.

El fil­me arran­ca, pre­ci­sa­men­te, con la muer­te ines­pe­ra­da de un Papa y el ini­cio del cón­cla­ve. El car­de­nal Thomas Lawrence (Ralph Fiennes) se con­vier­te en el eje de la his­to­ria, obli­ga­do a nave­gar entre la tra­di­ción, la pre­sión mediá­ti­ca y las manio­bras ocul­tas de sus cole­gas car­de­na­les. La pelí­cu­la, basa­da en la nove­la homó­ni­ma de Robert Harris, se mue­ve como un thri­ller psi­co­ló­gi­co, don­de cada ges­to y cada voto pue­den cam­biar el cur­so de la his­to­ria. Berger logra que el espec­ta­dor sien­ta la mis­ma expec­ta­ción que hoy se res­pi­ra en la Plaza de San Pedro, don­de miles de fie­les y curio­sos aguar­dan la famo­sa fuma­ta blan­ca que anun­cia­rá al nue­vo pon­tí­fi­ce.

La actualidad del cónclave: el Vaticano en el centro del mundo

No es casua­li­dad que «Cónclave» esté en boca de todos. La muer­te de Francisco, el pri­mer papa falle­ci­do en el car­go des­de Juan Pablo II, ha reac­ti­va­do el inte­rés glo­bal por los ritua­les y secre­tos del Vaticano. Desde la últi­ma apa­ri­ción públi­ca del Papa duran­te el Domingo de Resurrección has­ta la con­fir­ma­ción ofi­cial de su dece­so por par­te del car­de­nal camar­len­go Kevin Farrell, el mun­do ha segui­do minu­to a minu­to cada deta­lle del pro­ce­so fune­ra­rio y la inmi­nen­te elec­ción del nue­vo líder espi­ri­tual de más de mil millo­nes de cató­li­cos.

La pelí­cu­la reco­ge con minu­cio­si­dad los deta­lles de este pro­ce­so: el sella­do de la habi­ta­ción papal, la reu­nión de los car­de­na­les en la Capilla Sixtina, la que­ma de las pape­le­tas y la espe­ra ten­sa de la fuma­ta. Pero, más allá de la litur­gia, «Cónclave» explo­ra el lado humano y polí­ti­co de la Iglesia. Los car­de­na­les, ais­la­dos del mun­do exte­rior, se con­vier­ten en pie­zas de un table­ro don­de la fe, la ambi­ción y la super­vi­ven­cia ins­ti­tu­cio­nal se entre­la­zan en una par­ti­da de aje­drez de alto vol­ta­je.

La expec­ta­ción actual por el cón­cla­ve real —con nom­bres como Pietro Parolin o Robert Sarah sonan­do como posi­bles suce­so­res— ha hecho que el públi­co vea la pelí­cu­la con otros ojos. Ahora, cada esce­na resue­na con ecos de la reali­dad, y el sus­pen­se de la fic­ción se mez­cla con la incer­ti­dum­bre de un futu­ro papal aún por deci­dir.

Un thriller eclesiástico en sintonía con el presente

El gran méri­to de «Cónclave» es su capa­ci­dad para cap­tar la esen­cia de un momen­to his­tó­ri­co. La cin­ta no solo entre­tie­ne, sino que invi­ta a refle­xio­nar sobre el poder, la fe y la res­pon­sa­bi­li­dad en tiem­pos de cri­sis. El guion de Peter Straughan equi­li­bra el sus­pen­se con la intros­pec­ción, per­mi­tien­do que el espec­ta­dor empa­ti­ce con per­so­na­jes que, pese a su inves­ti­du­ra, son pro­fun­da­men­te huma­nos.

Ralph Fiennes lide­ra un repar­to inter­na­cio­nal de lujo, acom­pa­ña­do por Stanley Tucci, John Lithgow e Isabella Rossellini, en una coreo­gra­fía de mira­das, silen­cios y alian­zas cam­bian­tes. La direc­ción de Berger, pre­ci­sa y ele­gan­te, evi­ta el melo­dra­ma fácil y apues­ta por una narra­ción con­te­ni­da que, en estos días, se sien­te más real que nun­ca.

La foto­gra­fía y la músi­ca refuer­zan la atmós­fe­ra de reco­gi­mien­to y solem­ni­dad, tras­la­dan­do al espec­ta­dor al cora­zón mis­mo del Vaticano. En un con­tex­to en el que la Plaza de San Pedro ha sido tes­ti­go de lágri­mas, ora­cio­nes y des­pe­di­das mul­ti­tu­di­na­rias, la pelí­cu­la logra que cada plano, cada voto y cada susu­rro adquie­ran un sig­ni­fi­ca­do espe­cial.

Fidelidad, licencias y actualidad

Como toda obra de fic­ción basa­da en hechos reales, «Cónclave» toma algu­nas licen­cias narra­ti­vas para poten­ciar el dra­ma. Sin embar­go, la recrea­ción de los ritua­les y la atmós­fe­ra del cón­cla­ve es tan pre­ci­sa que muchos espec­ta­do­res han con­fe­sa­do sen­tir que esta­ban pre­sen­cian­do el pro­ce­so real que hoy ocu­pa por­ta­das y titu­la­res en todo el mun­do.

La pelí­cu­la no elu­de los temas incó­mo­dos que han mar­ca­do el pon­ti­fi­ca­do de Francisco: la refor­ma de la Iglesia, la lucha con­tra la corrup­ción, el papel de la mujer y los desa­fíos éti­cos del siglo XXI. Todo ello, sin caer en el sen­sa­cio­na­lis­mo, pero dejan­do cla­ro que la elec­ción de un Papa es mucho más que una cues­tión de fe: es una bata­lla de ideas, intere­ses y visio­nes de futu­ro.

En estos días, cuan­do el mun­do obser­va expec­tan­te las puer­tas de la Capilla Sixtina, «Cónclave» se con­vier­te en la pelí­cu­la impres­cin­di­ble para enten­der no solo el ritual, sino tam­bién el dra­ma humano que late bajo las ves­ti­du­ras car­de­na­li­cias. Una obra que, por su actua­li­dad, ha tras­cen­di­do el ámbi­to cine­ma­to­grá­fi­co para con­ver­tir­se en un fenó­meno social y cul­tu­ral.

Dónde ver «Cónclave»

El éxi­to de la pelí­cu­la se ha dis­pa­ra­do tras el falle­ci­mien­to de Francisco. Disponible en pla­ta­for­mas como Movistar Plus+, Amazon Prime Video, Apple TV+ y Filmin, «Cónclave» se ha con­ver­ti­do en una de las cin­tas más vis­tas del momen­to. Muchos espec­ta­do­res han opta­do por revi­si­tar­la o des­cu­brir­la aho­ra, bus­can­do res­pues­tas, para­le­lis­mos y, sobre todo, una for­ma de com­pren­der el mis­te­rio que envuel­ve la suce­sión papal.

Si tie­nes la opor­tu­ni­dad, no dudes en ver­la en pan­ta­lla gran­de para sumer­gir­te de lleno en la solem­ni­dad y el sus­pen­se que solo el Vaticano pue­de ofre­cer en estos días his­tó­ri­cos.


Referencias

Harris, R. (2016). Conclave. Londres: Hutchinson.
Novela ori­gi­nal en la que se basa la pelí­cu­la, impres­cin­di­ble para com­pren­der el tras­fon­do del cón­cla­ve y sus intri­gas.

Berger, E. (Director). (2024). Cónclave [Película].
Adaptación cine­ma­to­grá­fi­ca que ha cobra­do espe­cial rele­van­cia tras la muer­te del Papa Francisco.

Straughan, P. (Guionista). (2024). Cónclave [Guion adap­ta­do].
Guion galar­do­na­do que tras­la­da la ten­sión y el sus­pen­se del cón­cla­ve a la gran pan­ta­lla.

El País. (2025, abril 25). Muerte del papa Francisco.
Cobertura perio­dís­ti­ca de la muer­te y fune­ral del Papa Francisco, con­tex­to esen­cial para enten­der el auge de la pelí­cu­la.

Wikipedia. (2025). Muerte y fune­ral del papa Francisco.
Resumen deta­lla­do de los acon­te­ci­mien­tos recien­tes en el Vaticano, cla­ve para com­pren­der la actua­li­dad del cón­cla­ve.