«El caso 880»: Una fábula humana que trasciende el género policíaco

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Acabamos de dis­fru­tar de una autén­ti­ca joya del cine clá­si­co esta­dou­ni­den­se que, pese a sus más de seten­ta años, man­tie­ne una fres­cu­ra narra­ti­va sor­pren­den­te. «El caso 880» (Mister 880, 1950) repre­sen­ta mucho más que una sim­ple pelí­cu­la poli­cía­ca: es una refle­xión pro­fun­da sobre la huma­ni­dad, la super­vi­ven­cia y las para­do­jas del sis­te­ma de jus­ti­cia esta­dou­ni­den­se de media­dos del siglo XX.

La maestría de un relato basado en hechos reales

Lo que más nos ha fas­ci­na­do de esta pro­duc­ción diri­gi­da por Edmund Goulding es su capa­ci­dad para trans­for­mar una his­to­ria real extra­or­di­na­ria en una fábu­la cine­ma­to­grá­fi­ca con­mo­ve­do­ra. La pelí­cu­la se basa en el caso autén­ti­co de Emerich Juettner, cono­ci­do por el alias Edward Mueller, un anciano aus­tria­co que duran­te una déca­da com­ple­ta, entre 1938 y 1948, logró elu­dir al Servicio Secreto esta­dou­ni­den­se fal­si­fi­can­do bille­tes de un dólar. La genia­li­dad del per­so­na­je real resi­día pre­ci­sa­men­te en la apa­ren­te sim­pli­ci­dad de su méto­do: nadie exa­mi­na con dete­ni­mien­to un bille­te de tan poco valor, por muy defec­tuo­sa que sea su fal­si­fi­ca­ción.

El guio­nis­ta Robert Riskin, cola­bo­ra­dor habi­tual de Frank Capra en obras maes­tras como «Sucedió una noche» y «Vive como quie­ras», supo extraer de un artícu­lo perio­dís­ti­co de St. Clair McKelway publi­ca­do en The New Yorker la esen­cia dra­má­ti­ca y huma­na de esta his­to­ria sin­gu­lar. Riskin, gana­dor del Oscar y maes­tro en el arte de crear fábu­las esta­dou­ni­den­ses con tras­fon­do social, logra aquí uno de sus tra­ba­jos más suti­les y emo­ti­vos.

Un casting perfecto al servicio de la narración

Edmund Gwenn entre­ga una inter­pre­ta­ción abso­lu­ta­men­te magis­tral como William «Skipper» Miller, el entra­ña­ble fal­si­fi­ca­dor. Su actua­ción, que le valió una nomi­na­ción al Oscar como mejor actor de repar­to y un Globo de Oro, cons­tru­ye un per­so­na­je que tras­cien­de los este­reo­ti­pos del cine de géne­ro. Gwenn, quien sus­ti­tu­yó a Walter Huston tras su falle­ci­mien­to, logra trans­mi­tir la bon­dad inna­ta y la inge­nui­dad de un hom­bre que fal­si­fi­ca dine­ro no por codi­cia, sino por pura nece­si­dad de super­vi­ven­cia.

Burt Lancaster, en uno de sus pape­les menos carac­te­rís­ti­cos pero igual­men­te efec­ti­vo, inter­pre­ta al agen­te Steve Buchanan con una mez­cla per­fec­ta de deter­mi­na­ción pro­fe­sio­nal y cre­cien­te com­pren­sión huma­na. Su evo­lu­ción como per­so­na­je refle­ja la pro­pia trans­for­ma­ción del espec­ta­dor, que pasa de ver al fal­si­fi­ca­dor como un cri­mi­nal a com­pren­der­lo como un ser humano en cir­cuns­tan­cias deses­pe­ra­das. Dorothy McGuire com­ple­ta el trián­gu­lo pro­ta­go­nis­ta con su habi­tual ele­gan­cia, apor­tan­do el ele­men­to román­ti­co sin que este eclip­se la ver­da­de­ra his­to­ria.

Una dirección que combina géneros con maestría

Edmund Goulding demues­tra una vez más su ver­sa­ti­li­dad como rea­li­za­dor, com­bi­nan­do ele­men­tos del thri­ller poli­cía­co, la come­dia román­ti­ca y el dra­ma social con una habi­li­dad extra­or­di­na­ria. El direc­tor bri­tá­ni­co, artí­fi­ce de obras tan diver­sas como «Grand Hotel» y «Nightmare Alley», encuen­tra en esta his­to­ria el equi­li­brio per­fec­to entre entre­te­ni­mien­to y refle­xión. Su capa­ci­dad para extraer lo mejor de sus intér­pre­tes se evi­den­cia en cada secuen­cia, espe­cial­men­te en aque­llas don­de Gwenn tie­ne pro­ta­go­nis­mo, carac­te­ri­za­das por una emo­ti­vi­dad que roza la per­fec­ción.

La foto­gra­fía de Joseph LaShelle, siem­pre exce­len­te, con­si­gue crear una atmós­fe­ra que osci­la entre el rea­lis­mo poli­cía­co carac­te­rís­ti­co de la 20th Century Fox y la cali­dez domés­ti­ca de los espa­cios ínti­mos del pro­ta­go­nis­ta. Esa dua­li­dad visual refuer­za el con­tras­te temá­ti­co entre el mun­do ofi­cial de la inves­ti­ga­ción y la reali­dad coti­dia­na del fal­si­fi­ca­dor.

Lo que más nos ha impre­sio­na­do es cómo Goulding evi­ta los cli­chés del géne­ro poli­cía­co tra­di­cio­nal. En lugar de pre­sen­tar­nos una per­se­cu­ción tre­pi­dan­te entre el bien y el mal, nos ofre­ce una medi­ta­ción sobre la natu­ra­le­za de la jus­ti­cia y la super­vi­ven­cia huma­na. La pelí­cu­la fun­cio­na como una fábu­la capria­na, recor­dan­do las mejo­res obras de Frank Capra en su capa­ci­dad para encon­trar lo extra­or­di­na­rio en lo coti­diano y lo heroi­co en lo apa­ren­te­men­te insig­ni­fi­can­te.

Referencias

  • Decine21. (s.f.). El caso 880 – Película – 1950 – Crítica | Reparto. Curiosa pelí­cu­la sobre un sin­gu­lar fal­si­fi­ca­dor de bille­tes de un dólar, le pro­por­cio­nó a Edmund Gwenn una mere­ci­dí­si­ma nomi­na­ción al Oscar como actor de repar­to. [https://decine21.com/peliculas/el-caso-880–10638]
  • FilmAffinity. (2024). El caso 880 (1950). Comedia dra­má­ti­ca esta­dou­ni­den­se diri­gi­da por Edmund Goulding, basa­da en hechos reales sobre un fal­si­fi­ca­dor que elu­dió al Servicio Secreto duran­te una déca­da. [https://www.filmaffinity.com/es/film898041.html]
  • IMDb. (2025). El caso 880. Drama román­ti­co ame­ri­cano de 1950 pro­ta­go­ni­za­do por Burt Lancaster, Dorothy McGuire y Edmund Gwenn, nomi­na­do a 1 pre­mio Oscar. [https://www.imdb.com/es/title/tt0042742/]
  • McKelway, S.C. (1950). True Tales from the Annals of Crime & Rascality. Colección de artícu­los perio­dís­ti­cos para The New Yorker que inclu­ye la his­to­ria real que ins­pi­ró la pelí­cu­la Mister 880. [https://en.wikipedia.org/wiki/St._Clair_McKelway]
  • Wikipedia. (2005). Mister 880. Artículo enci­clo­pé­di­co sobre la pelí­cu­la de 1950 basa­da en la his­to­ria real de Emerich Juettner, fal­si­fi­ca­dor que elu­dió a las auto­ri­da­des duran­te diez años. [https://en.wikipedia.org/wiki/Mister_880]

«La sustancia»: cuando el cine se convierte en un baño de sangre... sin sentido

«La sus­tan­cia», diri­gi­da por Coralie Fargeat, pro­me­tía ser una refle­xión sobre la obse­sión por la juven­tud y los están­da­res impo­si­bles de belle­za en Hollywood. Protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, la pelí­cu­la abor­da temas como la cosi­fi­ca­ción del cuer­po feme­nino y el horror cor­po­ral. Sin embar­go, lo que podría haber sido una obra pro­vo­ca­do­ra se con­vier­te en un espec­tácu­lo gro­tes­co que no logra trans­mi­tir su men­sa­je de mane­ra efec­ti­va.

Un inten­to falli­do de crí­ti­ca social

La tra­ma sigue a Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una actriz en deca­den­cia que recu­rre a una mis­te­rio­sa sus­tan­cia para reju­ve­ne­cer. Este sue­ro gene­ra una ver­sión joven de ella mis­ma, Sue (Margaret Qualley), lo que desem­bo­ca en un con­flic­to psi­co­ló­gi­co entre ambas per­so­na­li­da­des. Aunque la pre­mi­sa es intere­san­te, el desa­rro­llo es super­fi­cial y lleno de incohe­ren­cias. La rela­ción entre Elisabeth y Sue que­da des­apro­ve­cha­da, mien­tras el guion opta por efec­tos visua­les exa­ge­ra­dos en lugar de pro­fun­di­zar en sus per­so­na­jes.

Referencias cine­ma­to­grá­fi­cas mal eje­cu­ta­das
Uno de los aspec­tos más frus­tran­tes de «La sus­tan­cia» es su uso tor­pe de refe­ren­cias a pelí­cu­las icó­ni­cas. La cin­ta inten­ta emu­lar el esti­lo de obras maes­tras como:

  • «2001: Una odi­sea del espa­cio»: La sala blan­ca don­de Elisabeth bus­ca la eter­na juven­tud inten­ta evo­car la habi­ta­ción atem­po­ral del clá­si­co de Kubrick. Sin embar­go, en lugar de trans­mi­tir pro­fun­di­dad filo­só­fi­ca, resul­ta un esce­na­rio vacío que care­ce de impac­to.
  • «Carrie»: La esce­na final, con litros de san­gre derra­ma­dos, pre­ten­de recor­dar el icó­ni­co bai­le de gra­dua­ción cubier­to de san­gre. Pero aquí el gore pare­ce gra­tui­to y caren­te de pro­pó­si­to narra­ti­vo.
  • «El retra­to de Dorian Gray»: La idea de una juven­tud eter­na acom­pa­ña­da por una degra­da­ción moral recuer­da al clá­si­co lite­ra­rio. Sin embar­go, mien­tras Dorian Gray explo­ra las con­se­cuen­cias psi­co­ló­gi­cas y éti­cas, «La sus­tan­cia» se limi­ta a mos­trar efec­tos gro­tes­cos sin pro­fun­di­dad.
  • «El res­plan­dor»: Los pasi­llos alfom­bra­dos y la atmós­fe­ra opre­si­va inten­tan evo­car la ten­sión del Hotel Overlook, pero resul­tan en una imi­ta­ción bara­ta que care­ce de la maes­tría de Kubrick. Incluso cuan­do estos pasi­llos se cubren de san­gre, la esce­na se sien­te como una paro­dia invo­lun­ta­ria.
  • «Re-Animator»: El uso de una sus­tan­cia mis­te­rio­sa para alte­rar el cuer­po humano recuer­da vaga­men­te a la pelí­cu­la de Stuart Gordon, pero sin la inven­ti­va o el humor negro que hicie­ron de «Re-Animator» un clá­si­co de cul­to.
  • «Alien»: Las trans­for­ma­cio­nes cor­po­ra­les pre­ten­den evo­car el horror vis­ce­ral de la cria­tu­ra xeno­mor­fa, pero fallan estre­pi­to­sa­men­te. Mientras Ridley Scott creó una atmós­fe­ra de terror claus­tro­fó­bi­co, «La sus­tan­cia» solo logra pro­vo­car asco sin sen­ti­do.
  • «Dr. Jekyll y Mr. Hyde»: La dua­li­dad entre Elisabeth y Sue es una refe­ren­cia obvia a la obra de Stevenson, pero care­ce de la pro­fun­di­dad psi­co­ló­gi­ca del ori­gi­nal. En lugar de explo­rar la natu­ra­le­za dual del ser humano, se que­da en la super­fi­cie con efec­tos visua­les exa­ge­ra­dos.
  • «El hom­bre ele­fan­te»: El tema de la defor­mi­dad y el recha­zo social tam­bién apa­re­ce en «La sus­tan­cia», conec­tan­do con la obra maes­tra de David Lynch. Sin embar­go, las esce­nas más gro­tes­cas de «La sus­tan­cia» pare­cen evo­car esta obra sin lograr su com­ple­ji­dad psi­co­ló­gi­ca.

La pelí­cu­la no solo falla en home­na­jear a estos clá­si­cos, sino que se con­vier­te en una bur­la invo­lun­ta­ria de los esti­los de direc­to­res icó­ni­cos:

  • Kubrick: Las tomas de pasi­llos soli­ta­rios y la esté­ti­ca fría inten­tan emu­lar el esti­lo del direc­tor, pero care­cen de la pre­ci­sión y el sim­bo­lis­mo que hacían úni­cas sus obras.
  • Cronenberg: El body horror se sien­te como una cari­ca­tu­ra del tra­ba­jo del maes­tro cana­dien­se. Mientras Cronenberg explo­ra­ba pro­fun­das ansie­da­des cul­tu­ra­les, «La sus­tan­cia» se que­da en lo super­fi­cial y lo gro­tes­co.
  • Lynch: Los ele­men­tos oní­ri­cos y surrea­les son una páli­da imi­ta­ción del uni­ver­so lyn­chiano, sin lograr la atmós­fe­ra inquie­tan­te y enig­má­ti­ca carac­te­rís­ti­ca del direc­tor.

El gore como recur­so vacío
Aunque la pelí­cu­la se pro­mo­cio­na como un ejem­plo del géne­ro gore, este ele­men­to se uti­li­za más como un tru­co bara­to que como par­te inte­gral de la narra­ti­va. A dife­ren­cia de obras maes­tras como «La mos­ca», don­de el gore sir­ve para explo­rar trans­for­ma­cio­nes físi­cas y psi­co­ló­gi­cas pro­fun­das, aquí los litros de san­gre pare­cen aña­di­dos para impac­tar al espec­ta­dor sin ofre­cer con­te­ni­do sig­ni­fi­ca­ti­vo. Incluso los momen­tos más vio­len­tos pare­cen cari­ca­tu­res­cos, res­tan­do serie­dad al con­flic­to entre las pro­ta­go­nis­tas.

El resul­ta­do es una pelí­cu­la que no logra ni asus­tar ni pro­vo­car refle­xión. Incluso las esce­nas gro­tes­cas resul­tan absur­das y des­pro­vis­tas de ten­sión emo­cio­nal.

Un desastre cinematográfico

«La sus­tan­cia» tenía el poten­cial para ser una crí­ti­ca pode­ro­sa sobre los están­da­res impo­si­bles impues­tos a las muje­res en Hollywood. Sin embar­go, su narra­ti­va incohe­ren­te, sus per­so­na­jes pla­nos y su uso exce­si­vo del gore con­vier­ten esta pelí­cu­la en una expe­rien­cia decep­cio­nan­te. Las refe­ren­cias a clá­si­cos del cine no logran ele­var­la; por el con­tra­rio, resal­tan sus falen­cias al inten­tar imi­tar obras supe­rio­res.

Para quie­nes bus­can horror cor­po­ral inte­li­gen­te o crí­ti­ca social pro­fun­da, esta pelí­cu­la será una pér­di­da de tiem­po. Y para los aman­tes del cine gore… mejor bus­quen algo más satis­fac­to­rio.

Y para quie­nes bus­quen en esta una bue­na pelí­cu­la por­que está nomi­na­da a un «Óscar», mejor que se vayan a ver como cre­ce la hier­ba…

Yo toda­vía estoy inten­tan­do enten­der el por­qué de la nomi­na­ción de Demi Moore a mejor actriz, ni don­de está la gran actua­ción de Margaret Qualley por­que si fue­se por eso le cam­bia­ría el títu­lo a «La Sinsustancia»…

Un bodrio vamos…