El oficio de informar vs. The Paper

Tiempo de lec­tu­ra:
±6 minu­tos

Para escu­char mien­tras lees:

Si algo se apren­de en un perió­di­co peque­ño es que la ruti­na nun­ca exis­te. «The Paper», recién ate­rri­za­da en SkyShowtime, expan­de la fór­mu­la del fal­so docu­men­tal —ese esti­lo incon­fun­di­ble que ele­vó «The Office» a fenó­meno— y se ins­ta­la en el Toledo Truth Teller, dia­rio local don­de redac­to­res con­vi­ven con titu­la­res impo­si­bles, jefes dema­sia­do huma­nos y todo tipo de micro­di­le­mas labo­ra­les. El ambien­te, inva­di­do de post-its, pape­les arru­ga­dos y cafés reca­len­ta­dos, es más reco­no­ci­ble que nun­ca, pero la inten­ción va mucho más allá de la nos­tal­gia: aquí el guion se des­li­za entre el absur­do y la ter­nu­ra, la crí­ti­ca y el exce­so bur­lón, rega­lan­do momen­tos genui­nos que el públi­co entre 16 y 80 años devo­ra sin pre­jui­cios.
Domhnall Gleeson encar­na a Ned Sampson, edi­tor tan idea­lis­ta como desas­tro­so, dis­pues­to a sal­var la cabe­ce­ra aun­que para ello recu­rra a estra­te­gias absur­das, reunio­nes caó­ti­cas y una ima­gi­na­ción sin fil­tros. Chelsea Frei, Sabrina Impacciatore y Oscar Nuñez com­ple­tan un repar­to que no teme el ridícu­lo, ni los diá­lo­gos incó­mo­dos ni los ges­tos ines­pe­ra­dos. La fic­ción avan­za apos­tan­do por la empa­tía y el humor negro, pero se cui­da de no caer en el tópi­co ni en el home­na­je vacío: cada epi­so­dio inten­ta dar una vuel­ta de tuer­ca, jugar con la expec­ta­ti­va de fra­ca­so y vol­car­se en la emo­ción real que, a veces, solo la pre­ca­rie­dad per­mi­te explo­rar.

Vida laboral, periodismo y segundas oportunidades en The Paper

Si «The Office» gira­ba en torno al absur­do empre­sa­rial, «The Paper» bai­la entre el caos digi­tal, el roman­ti­cis­mo del ofi­cio y el vér­ti­go cons­tan­te de la era viral. La cáma­ra se cue­la en los cubícu­los, reco­ge con­fi­den­cias espon­tá­neas (y dis­pa­ra­tes) y pone el foco en la cul­tu­ra del error, don­de el éxi­to pare­ce acci­den­tal y el mayor apren­di­za­je es sobre­vi­vir a otro día. Hay gui­ños direc­tos al mode­lo clá­si­co del perio­dis­mo —entre estan­te­rías con lito­ti­pos anti­guos y deba­tes sobre éti­ca pro­fe­sio­nal—, pero tam­bién una mira­da con­tem­po­rá­nea hacia la fra­gi­li­dad de los medios y el desa­fío de hacer rele­van­te lo irre­le­van­te.
Ned y Mare, pare­ja cen­tral, viven más des­en­cuen­tros que fle­cha­zos. El roman­ce nun­ca es faci­lón: ambas per­so­na­li­da­des cho­can, se esqui­van, pero el rit­mo y los diá­lo­gos evi­tan el recur­so fácil al dra­ma. Por el con­tra­rio, se mul­ti­pli­can los gags absur­dos y los des­en­la­ces sor­pren­den­tes, jus­to cuan­do todo pare­ce per­di­do. Los secun­da­rios ali­men­tan el enre­do: la redac­ción resul­ta tan caó­ti­ca como aco­ge­do­ra, y el ideal perio­dís­ti­co resis­te entre bro­mas, retos mora­les y obso­le­tos orde­na­do­res. El tra­ba­jo, como en la vida real, es una suce­sión de micro­fra­ca­sos y esfuer­zos recon­ver­ti­dos en segun­das opor­tu­ni­da­des, a veces con la úni­ca recom­pen­sa de una car­ca­ja­da irre­pe­ti­ble.​​

¿Escribir (y sobrevivir) todavía importa?

«The Paper» no bus­ca la per­fec­ción. Prefiere la hones­ti­dad de quie­nes creen en el perio­dis­mo cuan­do todo pare­ce estar en con­tra. Greg Daniels recu­pe­ra el for­ma­to moc­ku­men­tary y la estruc­tu­ra coral para mos­trar que, en el fon­do, la ver­dad es un lujo y la con­vi­ven­cia un reto. La redac­ción, con­ver­ti­da en pro­ta­go­nis­ta, rebo­sa deta­lles impre­vi­si­bles: des­de por­ta­das impro­vi­sa­das con erro­res tipo­grá­fi­cos, has­ta dis­cu­sio­nes sobre qué es noti­cia y qué solo mere­ce olvi­do digi­tal.
Cada per­so­na­je expo­ne su fra­gi­li­dad y sen­ti­do del humor. Los epi­so­dios no con­clu­yen con lec­cio­nes for­za­das, sino que apues­tan por la iner­cia y la impro­vi­sa­ción. El públi­co tran­si­ta por esa fron­te­ra difu­sa entre la risa y el des­en­can­to, encon­tran­do cier­ta com­pli­ci­dad y reco­no­ci­mien­to en el refle­jo del pro­pio fra­ca­so. El perio­dis­mo, lejos de ser idea­li­za­do, apa­re­ce como ofi­cio que se rein­ven­ta día tras día, sobre­vi­vien­do a los capri­chos de la vira­li­dad y los erro­res inevi­ta­bles. El resul­ta­do es una car­ta de amor a la auten­ti­ci­dad y a la capa­ci­dad huma­na de reír­se inclu­so en el desas­tre.