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No hay nada peor que sentarse frente a una película de acción esperando explosiones, peleas memorables y personajes con carisma, y acabar deseando que el villano gane solo para que la tortura termine antes. «A Working Man», la última propuesta de Amazon Prime Video, es exactamente eso: una colección de errores encadenados que ni Jason Statham ni Sylvester Stallone logran salvar, por mucho que ambos nos caigan bien. Aquí no hay redención posible, solo un naufragio épico en cada departamento, desde el guion hasta la dirección, pasando por unos escenarios que parecen sacados de un catálogo de decorados de saldo.
La premisa es tan vieja como el propio género: Levon Cade, exmarine británico reciclado a currante de la construcción, se ve obligado a volver a las andadas cuando la hija de su jefe es secuestrada por una mafia rusa de saldo. Statham, que suele ser garantía de mamporros y ceño fruncido, aquí parece estar en piloto automático, como si supiera que ni con tres cafés y dos dobles de whisky iba a poder levantar este muerto. Stallone, por su parte, firma un guion que haría sonrojar a cualquier becario de Hollywood: diálogos de cartón piedra, villanos de opereta y motivaciones tan profundas como un charco tras la lluvia.
La dirección de David Ayer, que en otros tiempos supo imprimir cierta energía a sus películas, aquí se pierde en una maraña de planos mal iluminados y un montaje que haría palidecer a cualquier editor de vídeos de bodas. Las escenas de acción, que deberían ser el alma de la película, son un festival de cortes abruptos, cámara temblorosa y peleas que no transmiten ni tensión ni espectacularidad. Si buscabas adrenalina, aquí solo encontrarás bostezos y la incómoda sensación de estar viendo una parodia involuntaria del género.
Por si fuera poco, los actores secundarios parecen haber sido elegidos en un casting exprés en el bar de la esquina. Los villanos, con acentos rusos tan sobreactuados que rozan el ridículo, no generan ni miedo ni respeto. Más bien dan ganas de invitarles a un karaoke para ver si al menos allí logran destacar. Los escenarios, supuestamente ambientados en Chicago, son una sucesión de clichés urbanos sin alma ni coherencia geográfica: un plano de la skyline aquí, una persecución por un suburbio allá, y de repente, ¡zas!, estamos en un bosque digno de película de serie B. La película no solo carece de sentido de lugar, sino que parece rodada en un limbo donde la lógica y la continuidad han sido desterradas.
El guion es un despropósito mayúsculo. Stallone parece haber volcado en el papel todas las ideas que se le ocurrieron en una tarde de resaca: exsoldados traumatizados, mafias rusas genéricas, secuestros sin emoción, y un protagonista que, en teoría, debería ser un hombre corriente pero que acaba siendo una caricatura sin matices. Las subtramas familiares, que en otras manos podrían haber aportado algo de humanidad, aquí solo sirven para alargar la agonía y distraer de lo poco que funciona. El resultado es una historia tan enrevesada como insustancial, donde ningún personaje importa y los giros de guion se ven venir desde el minuto uno.

La acción, ese supuesto salvavidas, es el mayor naufragio de todos. Los combates cuerpo a cuerpo, que deberían ser el sello de Statham, están editados con tal torpeza que cuesta seguir quién golpea a quién. La violencia, lejos de ser creativa o impactante, resulta repetitiva y carente de energía. Ni siquiera los efectos especiales logran aportar algo de emoción: explosiones de saldo, disparos sin fuerza y una banda sonora que intenta, sin éxito, insuflar vida a una película ya moribunda. El clímax, que debería ser el momento de redención, es tan oscuro y mal rodado que uno acaba mirando el reloj, deseando que la pesadilla termine de una vez.
Si hablamos de los personajes secundarios, la cosa no mejora. Michael Peña y David Harbour aparecen y desaparecen sin dejar huella, como si ni ellos mismos supieran qué pintan en la historia. Los villanos, caricaturescos hasta el extremo, parecen sacados de una parodia de «Rocky & Bullwinkle» más que de una película de acción seria. El resultado es un desfile de clichés y sobreactuaciones que no aportan nada, más allá de algún que otro momento involuntariamente cómico.
La ambientación es otro de los grandes fracasos. La película presume de estar ambientada en Chicago, pero la ciudad nunca cobra vida. Los escenarios son genéricos, sin personalidad ni atmósfera, y el abuso de planos de la skyline acaba resultando cansino. Las transiciones entre localizaciones carecen de lógica, y uno tiene la sensación de que los personajes se teletransportan de un sitio a otro sin que importe demasiado el cómo ni el porqué. Todo esto contribuye a una sensación constante de desconexión, como si la película estuviera improvisada sobre la marcha.
La dirección de Ayer, lejos de aportar coherencia o ritmo, se limita a encadenar escenas sin alma ni tensión. El montaje es caótico, la iluminación es tan pobre que en ocasiones cuesta distinguir qué está ocurriendo en pantalla, y la cámara temblorosa solo añade confusión. La película intenta compensar su falta de ideas con violencia gratuita y frases lapidarias, pero ni siquiera en eso logra destacar. El resultado es una experiencia visualmente desagradable, que solo consigue aumentar la frustración del espectador.
En cuanto a Statham, poco se le puede reprochar. Hace lo que puede con el material que le han dado, pero ni su carisma ni su pericia en las escenas de acción logran salvar el conjunto. Su acento, normalmente inconfundible, aquí se convierte en un experimento fallido que desconcierta más que otra cosa. Es como si el propio actor supiera que está atrapado en un proyecto sin rumbo, y se limitara a cumplir el expediente sin demasiado entusiasmo.

El guion de Stallone es, probablemente, el mayor lastre de la película. Todo suena a déjà vu, a ideas recicladas y personajes planos. Las motivaciones de los villanos son inexistentes, los diálogos son forzados y las situaciones resultan tan inverosímiles que cuesta tomarse en serio nada de lo que ocurre en pantalla. Ni siquiera los intentos de humor funcionan, y las pocas subtramas familiares solo sirven para añadir minutos innecesarios a una película que ya de por sí se hace interminable.
En resumen, «A Working Man» es un desastre de principio a fin. Ni la acción, ni los actores, ni los escenarios, ni el guion logran estar a la altura. Es una película que solo puede recomendarse a los completistas de Statham o a quienes disfruten con los desastres cinematográficos. El resto haría bien en buscar otra cosa que ver, porque aquí solo encontrarán decepción, aburrimiento y la incómoda sensación de haber perdido dos horas de su vida que jamás recuperarán.
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